Casa de Abajo
Centro Cultural Comunitario
Bitácora de un día, o varios.
Nuestro lugar de trabajo, una casa ocupa en obra negra como muchas, pero con techo, un lujo de pocas, era una de las guaridas del Furcio y el Roce: La Casa de los Locos Grifos con un Zapata marihuano que daba la bienvenida a los talleres de rap, graffiti, arte objeto, grabado, fotografía y video. Improvisamos nuestro estudio de grabación con Cut López y Cuauhtémoc Vázquez en un cuarto del fondo que bien podría ser un baño cubierto con cartones de huevo. El salón de dibujo y grabado con Malcom Vargas, y Manuel Ruelas en uno de los cuartos más grandes; y la galería de las niñas y niños con Paulo Olvera, que estaba presente en toda la casa; además del campo de tiro con resortera, el estadio para el torneo de caicos; el laboratorio de objetos encontrados, etcétera. Casi todo era desmontable, pues nada podía quedarse en casa si deseábamos que durara. Sus puertas siempre estuvieron abiertas. Realmente no tenía puertas.
Un día de enero del 2017, luego de pasar unas semanas fuera de San Juan entre la navidad y el año nuevo, regresamos y encontramos una antena de Dish instalándose en el techo, y un muro de tablas y lonas delimitando el patio. Mientras saludábamos a los vecinos salió de la casa la mamá del Vena -un adolescente que meses después se sumaría a Cómo llegar a Fuenteovejuna-, nos dijo algo como -yo sé que ustedes trabajan aquí, pero me corrieron de la otra casa y ésta tiene techo. Discúlpenme. Yo se las cuido.
Hasta ese momento no habíamos sido totalmente absorbidxs por las dinámicas de la colonia. Evidentemente no pudimos comparar el no tener dónde vivir y el no tener dónde trabajar, nos reunimos a revisar la situación con las niñas, niños y jóvenes, con sus madres y padres, que de inmediato sugirieron: afuera de mi casa, en el baldío de la esquina, el dueño nunca viene, no es de nadie. Así emprendimos otra vez nuestras caminatas con ellos y ellas como guías: la calle San Marcos les quedaba muy lejos, en la San Joaquín era muy peligroso, en la calle San Carlos nos llenamos de pulgas, y en la calle San Pedro, casi a espaldas de nuestra antigua casa encontramos una finca sin techo donde iniciamos el proyecto de autoconstrucción del espacio común en la periferia con vecinos, vecinas de la colonia y el arquitecto Gerardo Medina.
Luego de limpiar el predio y trabajar el diseño, comenzamos la recolección de materiales, algunos en la basura de la misma colonia, otros en los desechos de las constructoras que levantan los departamentos de los inversionistas extranjeros que dirigen las armadoras de Puerto Interior, donde algunas de las vecinas de San Juan trabajan haciendo tornillos. Lozas, trozos de polines, palets y tablas, incluso pedazos de mármol expropiados del Planetario de Guadalajara fueron nuestra materia prima. El terreno era más amplio que el primero, pero en tres semanas habíamos cubierto ya la superficie de tres habitaciones con piedra, mármol y nuestra rústica duela, así como algunos muebles básicos: repisas, mesas y bancas.
Como protección para este nuevo emprendimiento, decidimos buscar al propietario, teníamos claro que no podíamos -ni queríamos- pagar una renta, el trato a ofrecer sería el trabajo de autoconstrucción por el uso del inmueble. Lo encontramos mientras limpiábamos el terreno. Logramos hablar con él únicamente por teléfono, no pareció molestarle la idea, pero parecía estar ocupado. Le dejé mi nombre y mi número telefónico.
En abril, luego de casi cuatro meses trabajando en el inmueble, decidimos ponerle una reja que nos donaron. La idea de la reja era proteger simbólicamente el espacio, como un contenedor transparente. Sin embargo, el mismo día que soldamos la reja, el dueño apareció en San Juan. Ahora sí se escuchaba interesado y algo molesto. Yo solo pude hablar con él por teléfono: ¡Ahora no puedo entrar a mi pinche casa! Era un sábado por la tarde. Quedamos en reunirnos el lunes.
El domingo por la mañana el Furcio nos llamó: Ayer en la noche vino el hermano del dueño, quitó la reja y sacó todo. Salimos de inmediato rumbo a San Juan. Desde la entrada a la calle San Pedro se veían lxs niñxs afuera de la casa. Bajamos del auto y Brayan dijo con la cabeza baja ¡Ya nos corrieron güey! Cristian, Jaime, Momis y Abraham nos contaron a cuatro voces cómo el hermano del dueño había llegado borracho con otros dones, habían quitado la reja, sacado el material y pretendían llevárselo cuando los niños y niñas se acercaron a reclamarlo. El hermano del dueño les propuso dividir el material mitad y mitad. Ellxs se negaron y resguardaron polines, palets, tablas y rejas en casa de Jaime.
Todxs tenían expresiones encontradas, entre la decepción de encontrarse con un espacio violentado, al que arrebataron de un jalón la huella de cuatro meses de sábados de tequios, como si el tiempo hubiera retrocedido, como si nada hubiera pasado allí, y el orgullo de haber defendido lo suyo. ¿Y ahora? ¿qué hacemos? Ya van dos. ¿Todavía tienen ganas?
Arre
Que se arme
La tercera es la buena
Acá al otro lado hay una sola
El dueño nunca viene
No es de nadie
Y así vamos en la tercera.